sábado, abril 25, 2009

Lugar Incorrecto, Momento Equivocado

El segundo tipo se había exaltado. Le había dicho dos veces al viejo que se callara. Se levanta del asiento de la micro en la que iban, pasando a su amigo. El viejo avanzó por el pasillo hacia atrás. Estaban a un metro.

"¡Cállate, conchetumadre!," le gritó al viejo sacando la pistola. El viejo, ebrio, seguía hablando. Esta vez, eso sí, pedía perdón. Yo en serio no entendía por qué seguía hablando, la orden era simple. El tipo jaló el lomo de la pistola hacia atrás y gritó de nuevo "¡Cállate, cállate!," como loco.

A su derecha, con la cara a centímetros del cañón, sin querer mirar hacia el lado, estaba yo. No me atrevía ni a pestañar.

Finalmente el viejo se quedó callado, entre comillas, porque todavía balbuceaba disculpas. El tipo se fue a sentar de nuevo, y todos nos fuimos callados el resto del viaje. Excepto el viejo, que hablaba, pero más bajo.

Esto pasó cuando yo recién me había subido a la micro en Vicuña Mackenna y me había sentado. El viejo se habrá subido un paradero después que yo. Tenía 15 años e iba a ver a mi amigo Víctor, que entonces vivía en La Florida. Algo así como tres paraderos más allá, empecé a respirar de nuevo, y muy de reojo miraba a estos dos tipos que iban al lado mío.

Estaba en la misma ubicación que cuando se subió el tipo del hoyo en la cabeza... no entiendo por qué sigo sentándome ahí.

- peligroso

lunes, julio 28, 2008

La farándula y peligroso

A pesar de lo poco mediático que podría parecer, y con 'medios' quiero decir televisión, siendo que ni siquiera tengo una caja cuadrada a mi alcance, no puedo descartar algunos –porque muchos no son– encuentros que he tenido en relación al tema y que quisiera compartir con usted, sí, usted, el amable lector (será considerado amable solo si llegó 'al menos' hasta aquí).

Una anécdota que podría estar contando, sin remordimiento alguno, desde la incómoda comodidad de un diván es la que me ocurrió cuando iba por la mitad de mi educación básica. En un sorpresivo paseo de curso, en medio de las clases, fuimos a participar de público (y ojalá hubiera sido sólo de eso) a un programa de TV. Menos de alguno recordará la flatulenta y poco exitosa alternativa de Red TV (en aquel entonces La RED) de Cachureos o Nubeluz, llamada El Show de Yuly, con Yuly Yum Yum, el cual, al igual que sus inspiradores, tenía canciones, baile, personas cubiertas de coloridas espumas plásticas, niños gritando y además concursos. Como fuera de inquieto en aquel tiempo, no era extraño que causase ciertas molestias a los esmerados productores del show, y a sus estrellas principales por cierto, porque junto a otros compañeros le inventamos nombres a uno de los monos y le gritamos gran parte del programa. Pero lo que a aquellos productores les sobraba de experticia y vocación, lo carecían de paciencia y vino un par que me sacó con poco amor, y pasando por alto al menos tres derechos del niño de una vez. Yo quejándome al borde de las lágrimas, y mis compañeros aterrorizados (¿o se reían?) quedando atrás, trataba con todo mi esfuerzo de persuadir a mis represores de no mandarme a la casa, y cuando llevábamos muy poco rato tras las cámaras, sin oírme mucho, me envistieron con un traje que intentaba ser el de un dinosaurio y unos guantes más grandes que mi cabeza, de estructura de la menos fina materia (cholguán), cubiertos de colorida espuma también, y unas asas para portarlos. En las quisieron-ser yemas de los dedos medios, unos clavos de unas dos pulgadas. Así, junto a otro niño que también habían tomado (pero éste por buena conducta, y asumo que a él le preguntaron) y envestido, competiríamos en un concurso de reventar globos colgados, en lo alto, de unos cables que atravesaban el escenario. Antes de salir a concursar nos advirtieron, eso sí, que al terminar la contienda Yuly nos preguntaría por un consejo para los idiotizados televidentes, de la calidad de "que se laven los dientes antes de dormir". Yo me quedé con el ejemplo para decirlo, pues en aquella condición no estaba para ponerme a pensar precisamente en lo mejor para los niños de la casa, sino tal vez en algo para mí, que iba a aparecer ante las cámaras y mis compañeros con un disfraz muy poco envidiable, saltando, con unos guantes que quizás la virgen del cerro pensaría en ponerse en una noche muy fría. Así llegó el momento de actuar, y cuando dieron el vamos, salté frenéticamente una y otra vez. BANG, BANG, y, para mi gran sorpresa, llevaba casi todos los globos rotos, donde mi contendor a su vez había logrado reventar menos de la mitad, pero una lección más impresionante que la simple higiene dental me aguardaba, pues para los niños que se portan mal no se les guardan cosas buenas a futuro: los cables, donde terminaban, estaban sostenidos por un miembro del programa hábilmente puesto fuera de cámara, y cuando me faltaba un globo por penetrar (sí, uno), pude ver su maliciosa sonrisa al levantar el brazo que sostenía el tensor de mi lado, y bajar lentamente el del niño a mi derecha, hasta que por más que esforcé mis poco desarrollados músculos y me sentía enrojecer por completo bajo el disfraz de una vil Spontex, el otro terminó con todos sus globos y me declararon rotundo perdedor de la competencia. Cuando sonó la fanfarria y llegó la misma Yuly a entrevistarnos, escuché que me preguntaba algo y le dije "un saludo pa' mi mami que está en la casa" y salí de toma. Un mes más tarde, en casa de un amiguito, su madre me humillaría contándome lo que ella vio: que perdí, y que cuando me preguntaron por un consejo para los niños de la casa, le mandé un saludo a mi mamá.

Mas no todas mis experiencias al respecto son así de terribles, así que no se piense que esta entrada de blog es para motivar sus –imagino al borde– lágrimas (de risa, pena o bostezos no sé). Más tarde, por el año 1995, se grababa a pasos de mi casa la teleserie Amor a Domicilio, basada en una romántica historia que en gran parte giraba en torno a un Telepizza, y que era protagonizada por Luciano Cruz-Coke, Guido Vecchiola y la –en aquel entonces para mí– divina Alejandra Herrera. Las casas de la última, que encarnaba a una dulce, ingenua, pero llena de carácter Angélica, Sandra O'Ryan, Alfredo Castro y Cristián Campos, eran nada menos que las de mis vecinos. Entonces tuve la suerte de obtener autógrafos de varios de ellos durante algunos meses: uno de Alejandra Herrera que encontré por ahí loco hace unos días en uno de mis cajones, uno de Cruz-Coke que regalé a no sé quién, y uno de Vecchiola, cuya autenticidad fue puesta a prueba en mi colegio por una miembra del fan club de éste, y que finalmente regalé a otra compañera. Era divertido ver siempre gente afuera de la casa. Conocí a algunas personas y de hecho una vez aparecí en pantalla.

Hace casi diez años, cuando iba saliendo de la P.C.E. de biología, me entrevistaron para canal 11. Dije que "no, no estaba difícil… toda la materia estaba en el colegio". Como era de esperarse, después de la infame declaración, no aparecí en el noticiario.

Más tarde, en 2003, tendría la oportunidad de asistir al matrimonio de una amiga de la Paz Bascuñán. Bailé con ella. No hay anécdotas al respecto realmente. Todos bailábamos con todos y de repente me tocó con ella durante algo así como dos canciones. De todas formas es totalmente digno de estar en éste, mi listado de éxitos en el escenario y fuera de él.

Y finalmente en 2006, en la segunda temporada del programa Collage, de Verónica Calabi en Vía X, se le dedicaba una sección a blogs chilenos, y de los Sushi Lights salí nada menos que yo como voluntario para la entrevista. Ésta fue efectuada en mi propia casa. Fue impresionante al llegar del trabajo, y luego de producirme un poco (porque digámoslo así: no hay mucho que hacer al respecto), ver llegar a la van con el periodista y el camarógrafo. Se instaló un equipo de luces, el periodista me preparó medianamente para la entrevista, diciéndome que yo simplemente conversaría con él, pero él no aparecería en cámara. La dinámica era simple. "Yo te hago preguntas, y tú las respondes, pero teniendo en mente que el público sólo verá lo que respondas". Además, tenía que mirarlo a él, y no a la cámara, excepto al principio. Hasta ahí parecía pan comido, pero antes de empezar con la serie de preguntas, yo tenía que decir mi nombre, mi actividad y presentar el blog. Cuando la cosa comenzó, miré a la cámara y dije "Hola, soy Mauricio Arce, Diseñador Gráfico, y mi… o en realidad nuestro blog es Sushi Lights". Ahí cagué. Si no me cree, por favor imagínese mirando a una supuesta cámara y diciendo todo aquello. Era algo tan falso, tan avergonzante, tan estúpido. Y claro, estoy seguro de que dije muchas cosas cuerdas en cada respuesta, pero no lo recuerdo. ¡No recuerdo casi nada de lo que dije! Y claro, luego las conversaciones con amigos que sí han sido entrevistados antes, con cosas como "Jajajaja… cuando te veas, ¡TRATA de entender algo de lo que dijiste!… jajajaja".

Creo que la entrevista no salió al aire. Nunca la vi. No conocí a nadie atento por verla, pero tampoco me lo comentaron, yo mismo me perdí dos o tres programas de la temporada, en los que podría haber salido tal vez, pero sinceramente creo que no la pusieron. Sushi Lights es un buen sitio, y estoy orgulloso de haber estado presente cuando se gestó todo, pero mi entrevista debe de haber sido penosa, en cambio el resto de blogs que entrevistaron para el resto de programas tal vez tuvieron personas mucho más interesantes.

En fin, nunca sabré si salió o no. Solo puedo temer lo peor (ya sea que haya salido o que no haya salido), y hay que decir que esto concluye la intermitente seguidilla de anécdotas televisivas no de la mejor forma, pero la concluye, al menos por ahora.

- peligroso

viernes, junio 20, 2008

Fragmento de Conversación

Aquí escribiré algo de una conversación con mi profesor de Teoría del Relato sobre Harry Potter y La Orden del Fénix, la película. Todavía no la he visto, pero creo que lo haré. No para comprobar el punto de la conversación que sigue (para qué), pero no sé… supongo que para ver a los actores y con un poco de curiosidad sobre qué hechizo habrán inventado esta vez (teniendo en mente "bombarda" en la tercera y "ascendio" en la cuarta).

La conversación está editada, pero ni tanto, y no con un fin de contarla mejor, sino porque está sujeta a mi frágil memoria.

"No he visto la quinta todavía, aunque creo que ahora que estoy terminando de releer el libro de más que la veo, sólo que después de las primeras cuatro, ¡obviamente que no espero nada bueno!," dije en medio del break, porque algo había hablado el profe de esta película y se veía decepcionado, al igual con las otras mil películas y libros que nadie (o casi nadie, en los mejores casos) del curso habíamos visto o leído.

"Mira, con mi señora hemos leído las novelas hartas veces cada uno, y generalmente las opiniones que tenemos de las películas son muy distintas, pero en esta coincidimos en que clasifica en la categoría BM," me contó, dejando demasiado obvio que BM no podía ser nada bueno.

"¿Bodrio Máximo?" dije rápidamente.

"Buena Mierda," dijo, y el punto quedó más que claro.

Entonces pensé que tenía que escribirlo.

- peligroso

sábado, febrero 03, 2007

El Fantasma de la 236

Corría el año 1996. Yo estaba en 1º medio y tenía que llegar temprano al liceo para una disertación en la primera hora. Salí a tomar la micro a Bilbao, en el Parque Bustamante. Casi todas las que pasaban por allí me dejaban allá en la Alameda en Unión Latinoamericana, desde donde yo entraba por una calle y luego de unas tres o cuatro cuadras llegaba a destino. Sin embargo, una de las micros entraba por esa calle y me dejaba en las puertas del liceo: 236 era el número que la identificaba. Como era cómodo en aquellos tiempos, no me importaba esperar esa micro si podía ahorrarme la caminata. No pasaban muchas 236, así que era un cacho, pero ese día afortunadamente venía una. Afortunadamente para mí, y no para el inocente chofer, que no sabía que un potencial, y muy pequeño peligroso lo estaba esperando en un paradero, lleno de papelógrafos para su disertación.

Cuando comencé este blog, prometí, entre otras, esta historia. Ahora, luego de introducir más o menos el contexto, nos lanzamos.

¡Bien! Había esperado bastante tiempo y corría el riesgo de, por cómodo (insisto), llegar tarde y mi grupo me aniquilaría. Pero ahí venía la 236. Subí mi brazo y apunté con mi dedo hacia alguna estrella invisible de día, en el firmamento, en el momento glorioso que la micro se detenía, pero a unos 10 metros más allá de mí, en la roja que le dio en la esquina. ¡Maldito! Pero la luz roja lo detuvo involuntariamente y caminé hacia la puerta. Sin embargo, se hizo presente la luz verde y con una mirada de odio partió y me dejó ahí botado, sin piedad. Mi enojo se hizo presente y el color de mis ojos se tornó a rojo vivo. Las cosas no quedarían así.

Invadido por una rabia solo comparable al clásico golpe del dedo chico en la pata de la cama, me decidí a correr como potro salvaje a través de las tres cuadras que quedaban de Parque Bustamante hasta Plaza Italia, para acecharlo ahí mismo. Corrí y corrí. Me lancé por el medio de Vicuña Mackenna hasta que llegué al semáforo. Y ahí estaba la micro. El conductor advirtió mi presencia, y nuevamente mirándome siniestramente, se corrió a segunda fila. Con el último de mis aires, traté de alcanzarlo, pero nuevamente la luz verde apareció en último momento y la 236 partió raudamente para dejarme allí botado. ¡¡Doble maldición!! Pero ya había que dejar la cosa hasta allí. No me quedaba más que irme en metro, y ya que estaba en la Estación Baquedano, simplemente lo tomé, consolándome con que igual había sido choro correr hasta Plaza Italia para alcanzarlo, pero aún con rabia por las miradas que me pegó el chofer. Maldito… y maldito estaba.

Cuando me bajé en Unión Latinoamericana, siete estaciones de metro más allá, me fijé en si había alguna micro de las que entraba por la calle aquella para subirme y andar las tres cuadras hacia adentro que me quedaban, y para mi gran sorpresa (y espero la de ustedes), allí estaba la misma 236, ¡detenida frente a mí! Sin pensarlo demasiado, me subí, miré a la cara al chofer y le dije "permiso". Registró mi siniestra y vengativa mirada, y luego de los tres segundos que le llevó procesarme, su boca se abrió un poco y sus ojos casi se salieron del espanto. Me fui a parar al pasillo, con todos mis papelógrafos. El resto del camino lo miré con cara psicópata, y durante todo el tiempo, hasta que me bajé de la micro, pude disfrutar como el chofer me miraba una y otra vez para confirmar el fenómeno, intentando esconder su cara de "no lo puedo creer".

Cuando llegué al colegio, en la puerta de la sala estaba mi amigo, compañero de grupo, diciéndome, "te rajaste, la profe no ha llegado". Yo le sonreí y le dije, "qué bueno, menos mal".

- peligroso

domingo, enero 14, 2007

El Hoyo en la Cabeza

Mientras paseaba por el Eurocentro me entró una de esas ideas de panorama improvisado, luego de los cuales generalmente uno siempre tiene algo que contar. Llamé a una amiga y le pregunté si quería ir al cine en algo así como una hora más tarde. Ésta, más o menos de mi onda, agarró vuelo y me aceptó. La idea era que yo la iba a buscar a su casa y saldríamos a ver una película y almorzar.

Tomé la micro en Alameda con San Diego. Como buen sábado que era, no andaba tanta gente, y la situación en el bus lo reflejaba a cabalidad. Me senté atrás, en el lado izquierdo, solo, al lado del pasillo, en esos asientos altos que tienen las ruedas traseras debajo, y tan solo con una persona adelante mío y otras pocas más hacia la subida de la micro.

Estaba abriendo mi bolso en el regazo, para sacar mi reproductor de MP3, cuando el tipo de adelante mío se da vuelta. Me detuve en seco en lo que estaba haciendo y lo miré. Era grande -mucho-, más o menos de mi edad, de obvia situación socio-económica desfavorable -enfermo de flaite, para qué ando con cosas-, camisa hawaiiana con samurais, y pelo claro y corto (estilo bacinica, creo).

No puedo recordar exactamente cómo rompió el hielo, pero dentro de sus primeras líneas mencionó que él era delincuente, y que sabía que yo trabajaba. Que le parecía bien que me ganara la plata de esa forma, pero que sin embargo él era delincuente y le tocaba pasarse por el poto el esfuerzo de la pobre gente que se ganaba el dinero de forma digna. Un buen comienzo... de salón, diría, mientras no puedo evitar oír a Verdi y su Traviatta en mi cabeza.

Seguido de eso, empezó a relatarme, muy dificultosamente, algunos episodios de su infancia, entre los cuales se encontraba el haber recibido un balazo a los seis años. Un balazo en la cabeza, "aquí," decía, mientras tomaba mi índice derecho y lo dirigía al lado derecho de su cráneo. Bruscamente, comenzó a frotarlo sobre lo que parecía... ¿cómo explico esto? Supongo que tendré que mandarles a ustedes, los amables lectores, a formar un círculo con sus índice y pulgar de cualquier mano (como cuando decimos "ok" o "como el hoyo"), y vestir a los dedos con lo que anden encima (polera, por ejemplo). Luego, imaginen que ese hoyo es el que se sentía en su cráneo y la tela simula a la piel, que me hizo hundir con mi índice usando la fuerza de su brazo. Eso, estimados, fue lo que sentí, en movimientos circulares. Mientras tocaba indirectamente su cerebro, pensaba en que probablemente esto era, para él, una especie de rutina, y el propósito de hacerle sentir eso a la víctima -ya empezaba a sentirme como una- era atemorizarla a través de los escrúpulos. Con esto en mente, le demostré tranquilamente mi gran impresión. Aunque en realidad hubiera agradecido mucho que me hubiera hecho golpear un pedazo de metal, ¡pero no meterle el dedo en el cerebro!

Continuando con la historia, este tipo me reiteró eso de que él era delincuente, y que tenía una hija... en eso, rápidamente me puse de pie y me moví rápidamente hacia el asiento delante suyo, donde me sentía claramente menos a su merced. Lo felicité por su hija y le pregunté que qué edad tenía. "Un año y medio...", "qué lindo," le dije, tratando de no parecer una rata con una serpiente encima. Entonces volvió a lo del delincuente y llegó a su punto: Tenía simplemente que volver a su casa con una leche NAN, que valía 7 mil pesos, y que si yo tan solo le entregaba la cantidad exacta, yo me iba intacto. Entonces, y no sé de dónde, saqué al actor que llevo dentro y me reí a carcajadas, explicándole que "ni cagando" andaba con esa cantidad de plata. Eso independiente de que justamente (porque si no, no tendría gracia) portaba en mi billetera veinte mil pesos. Me rebatió con un "pero si tú trabajái poh," y le dije "sí, pero no por eso ando con 7 mil pesos todos los días poh... mira," metiéndome las manos en los bolsillos, con cara de sentirme culpable por no poder pasarle algo, "... esto es todo lo que tengo. Si te sirve de algo... pero es todo lo que tengo," y le entregué algo así como 570 pesos. Se levantó del asiento -íbamos llegando a la Posta Central-, los tomó, me dio la mano, las gracias, y se bajó de la micro.

Yo respiré tranquilo, mínimo. Luego llegué donde mi amiga, que se rió kilos con la fresca historia y mi imitación del tipo. Y así fue durante casi un año que conté la anécdota por todas partes, y vi que era bueno.

Hasta que llegó diciembre del mismo año y yo, en un viaje hacia el trabajo, desde el centro, nuevamente en una micro algo desocupada (pero no tanto). Me senté atrás, en el lado izquierdo, junto a una niña, al lado del pasillo, en esos asientos altos que tienen las ruedas traseras debajo, con un caballero al frente del pasillo, que iba al lado de la ventana, y un tipo sentado delante de él, al lado del pasillo. Más adelante, otras pocas personas más.

En eso, al frente, el tipo se daba vuelta para conversar con el tipo de atrás. Era delincuente (eso dijo), y entre otras cosas, le tomó la mano al caballero para hacerle sentir lo mismo que a mí: el hoyo en la cabeza. El caballero, pseudo-atemorizado, escuchaba y asentía a todo lo que le decía el joven del agujero. Como información adicional, le dio un consejo al hombre: "nunca se siente al lado de la ventana, porque los delincuentes llegan al lado suyo y así es como lo asaltan". El caballero le daba las gracias. Seguido de esto, le dio la mano y se bajó de la micro. La mujer al lado mío y yo mirábamos atentamente todo esto (me costaba contener la risa, pero estaba pendiente por si me tenía que meter). Luego de que se bajara el jovencito, me senté al lado del caballero -como los asaltantes- y pudimos compartir las experiencias de ambos, reírnos un rato y hablar de la vida y el amor.

Lo que no me queda claro es si el título de este escrito se lo dedico al delincuente o a mí, por sentarme atrás cuando la micro va así.

Cada loco que anda por Santiago

- peligroso

miércoles, diciembre 20, 2006

La infancia de peligroso

Estuve leyendo en Sushi Lights algo relacionado con la Infancia Perdida. Eso y otras conversaciones que he tenido últimamente, me han hecho recordar qué clase de burradas hacía yo cuando chico. Muchas de ellas las encuentro simplemente ridículas ahora que las veo, así es que ahorita mismo les cuento.

Hay que decir, primero que todo, que yo tenía amigos, en serio, créanme... pero cuando estuve solo, que fue la mayor parte del tiempo, pasaban cosas como las siguientes. Me disfrazaba mucho. Tenía un disfraz comprado de Super Man, el cual usaba tanto que se le gastó el trasero y se traslucían los calzoncillos, por lo que pasé vergüenzas en el barrio cuando andaba volando por ahí (llámese caminando o corriendo con los brazos adelante y las manos empuñadas). Más tarde mi mamá me hizo un disfraz de Super Man también, pero mucho más producido. Este era de lycra, tenía una buena capa, botas contundentes... todo un macho como Super Man. El disfraz más fiel que he visto hasta ahora. Obviamente abusé mucho de él también... aunque no se me gastó el trasero... ya que era bastante mejor. Más tarde inventé a mi propio súper héroe, que se llamaba "El Hombre Pájaro" y me disfrazaba usando algunas tenidas exóticas (como una chaqueta tipo indio norteamericano con flecos de cuero) que habían en mi casa. Aunque nada supere a la ruptura de camisa de Super Man, El Hombre Pájaro también tenía su manera espectacular de "transformarse". Me metía a la cama con el traje en las manos, formaba un "huevo" con las sábanas, y dentro del "cascarón" ocurría la "mágica y llena de efectos especiales" "transformación". Es como obvio que en realidad me demoraba como tres años en terminar y salía completamente sudado. Además, cuando estaba fuera ya no quedaban criminales que exterminar, así es que andaba por la vida con el disfraz, aunque procuraba que nadie me viera con él, porque en realidad parecía más el indio de Village People que otra cosa, por más cool que yo lo encontrara.

Otras actividades eran más bien aparatosas, aunque mucho más satisfactorias que levantarme temprano, como todos los niños que conozco, a hacer nada y estar parado en el patio bajo el sol hasta que alguien más se levantara o me pescara. Por ejemplo, como buen fanático infantil de Robotech, amaba los Motociclones, por lo que cuando salía con la bicicleta gigante de mi mamá, y andaba soplado por las calles de mi barrio tarareando el tema de batalla de la serie en cuestión, en el momento más inesperado saltaba de la bicicleta, la tomaba por el manubrio, la movía rápidamente (como cuando uno se pone la mochila) y me ponía la bicicleta en la espalda para simular la transformación a modo de los famosos guerreros. Por supuesto que todo esto era en movimiento, lo que no dejaba de ser peligroso, y salía corriendo con la bicicleta a cuestas matando invids® por todos lados. Y si es sobre juegos engorrosos, cuando era fanático acérrimo de los Supercampeones (quién no lo fue), salía a la calle con la pelota a practicar el "tiro de remate", que era un tiro elevado que tenía un efecto hacia abajo, y era imposible de atajar para cualquier portero (con excepciones que algunos de nosotros, muy nerds, conocemos). Lo divertido, es que además entrenaba mis piernas, ya que lanzaba el balón (también conocido como: mi amigo) a través de toda la calle, y tenía que llegar antes que él al otro lado. De ahí tal vez el por qué era tan atlético cuando más joven. Por si querían saberlo, nunca logré el famoso tiro de remate, aunque una vez me resultó, pero con una pelota plástica, así es que probablemente se debió al viento.

Ya otra estupidez que hacía cuando pequeño, y ahora sí que me cocino, señoras y señores, era que tomaba a mi muñeco de Super Man, le robaba una Barbie a mi hermana y...... no, no los hacía tener sexo (también muy típico en gente que conozco), sino que ¡¡los hacía casarse!! Y yo sé que eso sí que es raro, pero quién sabe por qué hacía algo así. Y ahora que recuerdo (sí, ahora mismo que escribo), pues yo tenía un Mecano cuando chico, aunque no siempre hacía máquinas con él. Un día hice a una especie de ser humano pequeño, y era mi hijo. Yo lo criaba todo el rato, era su padre, y lo andaba trayendo de la mano todo el tiempo.

En fin, ya dejando de lado a Freud, y yendo a algo un poco más simpático, también hacía despliegue de mis habilidades artísticas, puesto que muchas veces agarraba mi Atari 65XE, lo portaba como guitarra y salía al patio a cantar con él, canciones con lyrics en inglés sacados de la misma caja del Atari. Ahora mismo no me acuerdo qué decía la caja totalmente, pero aún recuerdo la melodía y como cantaba

*Price, price, price...
Power without the price
Price, price, price...
Price, price, price...
Power without the price

Sesenta y cinco equis eeeeeeee
Sesenta y cinco equis eeeeeeee

(*)

Etc...

Francamente, ahora todo lo que he mencionado me da vergüenza, pero aún así creo que sería una pérdida no contarlo nunca y dejarlo como traumas dentro de mí.

- peligroso

jueves, noviembre 23, 2006

EnePartidoPorDosIgualEne

Ok, al menos ya estaban advertidos de que en mi blog no hay un estilo definido o contenidos necesariamente afines. El día de hoy quiero contarles una tontera que descubrí. Algunos dirán "wuau, no eras solo una cara bonita", otros dirán "qué clase de imbécil se pone a pensar en algo así, y cómo llegó a eso" (esta última es la que más se acerca a lo que pensé yo mismo). Pero me dejo de introducciones insensatas e infames y vamos a lo nuestro.

Como hace dos días, me acosté muy cansado, con algo de dolor de cabeza, medio mareado y con dolores en mi cuerpo (ya saben, las costillas, la espalda, la rodilla y todo eso que me ha dolido últimamente). Como había sido un día estresante (en general los últimos están siendo más o menos así... más bien muy), me costó detener a mi cabeza, y dentro de todas las burradas que lancé ferozmente entre mis pensamientos, se me vino el número siete. Me pregunté que qué pasaba si dividía el número en dos, y luego sumaba, uno a uno, los números que me dieran. En este caso fue así:

7/2 = 3,5

Tomé los dos 3,5 y sumé cada cifra (esa era la ridícula idea) hasta que me diera un número de 1 a 9.

3 + 5 + 3 + 5 = 16

1 + 6 = 7

"¡Plop!," dije, y levanté mis piernas (como Plop pues). Y empecé a hacer la prueba con todos los impares entre 1 y 9, y con todos funciona. Llámense 1, 3, 5, 7 y 9. Inténtenlo en casa, niños. Pero no responderé por daños (cerebrales, obvio).

- peligroso